Respuesta a la Lectio Brevis - Dr. Alexander Zatyrka, SJ
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Respuesta a la Lectio Brevis - Dr. Alexander Zatyrka, SJ
Estimada licenciada Paloma Urrea Hernández, segunda vicepresidenta del consejo de directores de ITESO AC.
Estimado maestro Luis Marrufo Cardín, director General Académico del ITESO.
Estimada María de Lourdes Centeno Partida, representante del personal de la Dirección General Académica ante el Consejo Universitario.
Estimado Emiliano Ruiz Hernández, representante de estudiantes de licenciatura en el Consejo Universitario.
Estimada Dra. Adelina Ruiz-Guerrero, académica del Departamento de Lenguas.
Querida comunidad universitaria del ITESO.
Muy queridas alumnas y alumnos.
Me da mucho gusto encontrarme con ustedes y darles la bienvenida al inicio de este nuevo ciclo escolar. En especial, me emociona saludar a quienes se integran por primera vez al ITESO.
Nos llena de alegría que lleguen a esta universidad, que desde ahora pueden considerar como su casa. Aquí encontrarán una comunidad que busca ser, día a día, un anticipo de la sociedad en la que soñamos vivir. Ese es nuestro deseo más profundo y también nuestro compromiso.
Agradezco a la doctora Ruiz-Guerrero la lección que nos acaba de compartir.
Adelina, tus palabras fueron muy pertinentes y esclarecedoras, pues en esta compleja y dinámica sociedad en la que vivimos, nos invitan a reflexionar sobre el conocimiento de nosotros mismos, sobre la autonomía de la persona y la forma en que tomamos decisiones en nuestra vida, afrontando situaciones que ponen a prueba nuestro temple.
Las dos frases más famosas inscritas en el Templo de Apolo en Delfos eran: “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso”. Me parece adecuado recordarlas en el contexto de lo que hoy se ha dicho.
La primera, “Conócete a ti mismo” (en griego gnothi seauton), es una máxima que promovía la introspección para lograr una mayor comprensión de la persona.
La segunda, “Nada en exceso” (meden agan), aconsejaba la moderación y el equilibrio en todo. El justo medio que defendía Aristóteles en su propuesta ética.
En su intervención, Adelina nos invita a procurar el autoconocimiento como herramienta de afrontamiento. A tomar conciencia del modo en que tomamos decisiones, y del cómo discernimos, cómo consolidamos nuestra autonomía y asumimos las consecuencias de nuestros actos elegidos con la libertad de la que disponemos. Porque afrontar implica también discernir y decidir.
Hago aquí la aclaración, porque me parece importante dejarla asentada, de la diferencia que existe entre “decidir” y “discernir”.
“Decidir” proviene del vocablo de-caedere (“cortar” en latín). Esto es elegir una opción y dejar las otras. Tiene que ver con la acción, con tomar un rumbo, dar un paso y resolver algo, que siempre implica renunciar a las otras alternativas. De ahí la importancia de buscar elegir siempre lo mejor.
Mientras que “discernir” viene de dis-cernere (“separar, distinguir, cribar”). Esto es, distinguir lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo dañino, lo justo de lo injusto. Está más ligado al juicio y a la comprensión que a la acción inmediata.
Los trabajadores de la construcción dicen “cernir la arena”, esto es separar los granos pequeños de los grandes, para conseguir una mezcla más homogénea que finalmente mejore la calidad y la fortaleza de los acabados.
De igual forma, cuando dis-cernimos separamos lo que nos es más útil, para vivir de manera más sólida e íntegra.
Discernir es entonces el proceso previo: se trata comprender a profundidad para poder ponderar la mejor de las opciones. Decidir es el acto final, es elegir y comprometerse con un camino. Es actuar.
El discernimiento nos ayuda a decidir con mayor libertad ante situaciones complejas que implican incertidumbre. A tener más y mejores elementos para hacer frente a una acción de la cual desconocemos sus consecuencias, aun cuando podamos imaginarlas o anticiparlas.
También tiene que ver con prever con mayor claridad lo que nuestros actos pueden afectar a nuestra propia persona y a otros seres.
Precisamente, el ya mencionado Aristóteles, en su Ética Nicomáquea, hablaba de ello y cito:
Deliberamos, entonces, sobre lo que está en nuestro poder y es realizable […] La deliberación tiene lugar, pues, acerca de cosas que suceden la mayoría de las veces de cierta manera, pero cuyo desenlace no es claro, así como de aquellas cuto desenlace es indeterminado.
Discernir implica afrontar lo desconocido. Sí. Pero también es un acto responsable, pues se refiere a lo que puede ser afectado por nuestras acciones que debe procurar el bien mayor, incluso en ocasiones a costa de nuestras inclinaciones y aficiones.
Por ejemplo: alguien puede amar románticamente a otra persona, reconocer y entender sus sentimientos, saber que hay afecto y conexión profunda; pero puede discernir y decidir no actuar en consecuencia, por razones éticas, personales, o de bienestar propio o ajeno.
Así, el discernimiento favorece el reconocimiento consciente de lo que sentimos. Mientras que la decisión es elección, el discernimiento es el arte de aprender a elegir correctamente. Y es un ejercicio importante cuando afrontamos una situación que nos obliga a decidir.
En clave ignaciana, el discernimiento es algo todavía más profundo. Está enfocado en permitirle a Dios “ordenar” nuestro afecto, liberar a nuestra conciencia de los dictámenes del ego herido y capacitarnos para ver el mundo desde la experiencia del amor gratuito compartido.
Para ello, nos valemos de la práctica de la introspección, del examen íntimo de las emociones y pensamientos, y de entregarnos a la experiencia de Dios. Que consiste básicamente en dejar de atender a un “sí mismo” (el ego), para empezar a prestar atención al otro.
Este tipo de discernimiento es una de las muchas facultades que podemos desarrollar. Implica un proceso para descubrirla, madurarla y ejercitarla.
Discernir, entonces, es reconocer el movimiento interior: qué siento, cómo me mueve. Si esto me da vida, paz o alegría profunda; o si me deja intranquilo, encerrado o disperso.
La persona que hoy somos es el fruto de nuestras elecciones previas. Y esto, muchas veces pasa desapercibido. Vamos a la deriva, dejando que el viento nos lleve, sin percatarnos del poder de nuestra incidencia cuando por fin nos decidimos a maniobrar la vela de la embarcación.
Incluso, sucede que en numerosas ocasiones enajenamos nuestra capacidad decisiva, y dejamos que otras personas decidan por nosotras, por nosotros. Lo paradójico es que esa también es una elección, es una decisión de la cual somos responsables.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, propone que nunca nos acerquemos a un camino de elección que no esté gobernado por el principio del amor. Del amor que sana, transforma y sensibiliza. El amor que incluso sabe soltar y desapegarse.
Afrontar, discernir y decidir, serán al final una ruta compuesta, que impulsan al ser humano a buscar respuestas y a actuar ante las injusticias de nuestra sociedad en aras del bien común.
Lo más valioso en el transcurrir del desarrollo de esta facultad de discernir es que en el camino, muy probablemente logremos cumplir ese mandato del Oráculo de Delfos del autoconocimiento, así como alcanzar la moderación que nos guíe por el sendero de una buena vida.
Es un camino que puede disponernos a poner nuestras obras al servicio de quienes nos rodean para que cada una y cada uno podamos ser una buena noticia para el mundo.
Muchas gracias.